Estos
personajes, siempre envueltos en un halo de misterio e imaginados, normalmente, como una especie de magos o hechiceros que hacían pócimas mágicas (gracias,
sobre todo, al famoso personaje Panoramix de los cómics "Astérix y
Obélix"), tienen sus orígenes en la Europa central de época celta.
Con la base de sus creencias en el alma
inmortal y en la reencarnación, su
religión hundía sus raíces en la naturaleza, que consideraban divina. Los
claros del bosque eran sus templos, y los árboles y ríos sus divinidades. De entre esos árboles, el roble era el más venerado por los
celtas; su planta parasitaria, el muérdago, tenía para ellos gran importancia
tanto por su simbolismo mágico como por sus propiedades medicinales. Recogerlo
era un acto sagrado, y había toda un ritual que cumplir. Con la luna en el
sexto día de su fase creciente, los druidas, ataviados con blancas túnicas,
recogían el idolatrado arbusto con una hoz de oro y lo depositaban en carros
tirados por bueyes blancos, para después repartirlo entre la población como
símbolo de protección y suerte.
"Muérdago".
Óleo sobre madera de álamo, adornado con pan de oro.
©Amaya de la Hoz
Buscaban las cuevas para sus ceremonias, pues
representaban el útero de Gaia, la Madre Tierra. También activaban y marcaban
las zonas telúricas mediante piedras (pues se sabe que son puntos donde la
energía se concentra). No cuesta imaginar que, para sus reuniones, aprovechasen
megalitos como los conservados en
Stonehenge y tantos otros lugares; pero estos famosos dólmenes y menhires, tan
asociados siempre a los ritos druídicos, fueron erigidos, en realidad, en
épocas muy anteriores.
Ser druida estaba al alcance de cualquiera...
cualquiera que estuviese dispuesto, claro está, a dedicar su vida a ello. Era
necesario pasar por una iniciación que simbolizaba un nuevo
"nacimiento". Ahí se marcaba el punto de inicio a una formación de, al menos, veinte años de
estudios transmitidos de manera oral en el más estricto secretismo. Se
apoyaban, para ello, en el recurso nemotécnico de convertir aquello que tenían
que memorizar en poemas y canciones. Estos sacerdotes se transformaban, así, en
grandes sabios que estudiaban los astros, conocían la magia de los números y
las matemáticas, practicaban la alquimia y también una filosofía basada en la importancia de las relaciones
armoniosas entre los hombres. Su calendario estaba basado en el doble recorrido
del sol y la luna, y se iniciaba el 1 de noviembre: una fecha crucial (marcada
por su fiesta Samhain) porque se producía el paso de la época de oscuridad a la
época de luz, siendo también el día en que el velo entre el mundo desconocido y
el mundo visible se hacía más tenue. Al igual que los chamanes, los druidas
eran los encargados de ser los intermediarios entre estos dos mundos; se decía que tenían la
habilidad de transformarse en determinados animales y practicar la adivinación
y la curación. Y, por supuesto, también preparaban "pócimas" que
hacían que, tras beberlas, sus guerreros fueran brutales en la batalla, pues
dejaban de sentir el dolor y el miedo al entrar en un estado alterado de
conciencia.
Tales habilidades, como no es difícil suponer,
les hicieron ser figuras vitales de su sociedad, tanto en la religión como en la política.
Pero todo tiene un fin, hasta los mágicos druidas: la creciente influencia
romana les hizo ir perdiendo su poder, fueron perseguidos y desaparecieron de
todas partes excepto de Irlanda, donde la conquista no se produjo y pudieron
sobrevivir (bajo la sombra del cristianismo) hasta el siglo XII. Curiosa e irónicamente,
lo poco que sabemos de ellos es, precisamente, gracias a los escritos dejados por el emperador romano
Julio César.
"La Druidesa".
Óleo sobre rodaja de madera, adornado con pan de oro.
©Amaya de la Hoz
Con mi hoz de oro, rasgo el velo entre dos mundos.
Soy la guardiana del Saber más antiguo,
la que habla el lenguaje de árboles y arroyos,
aquélla que conoce los misterios escondidos en la piedra.
Mi corazón late al mismo ritmo que el de la madre Tierra.
Cierra tus ojos y abre tu alma, te cantaré los secretos de las estrellas.
Soy la Druidesa
Cierra tus ojos y abre tu alma, te cantaré los secretos de las estrellas.
Soy la Druidesa
Pero, ¿de verdad desaparecieron todos los druidas? No. Estas dos bellas druidesas con sus hoces de oro han logrado perdurar en el tiempo y recoger todo el saber y magia de sus ancestros, hasta hoy. Dónde continuarán sus prácticas es, aún, un misterio. De momento, y hasta que encuentren su emplazamiento definitivo, podéis encontrarlas en mi tienda SecretaShop.
Nota: todo esto que os he contado es un
resumen a partir de varias lecturas y programas de radio que hablaban sobre el
tema. No soy ninguna experta así que, si algo de lo que he escrito es erróneo,
espero que sepáis perdonarlo. Mi intención era sólo enmarcar un poco el contexto
de mis dos últimos pinturas. Aunque, si además he conseguido aportar algo de
luz sobre un tema tan fascinante como éste, me doy por más que satisfecha!
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